Irse para volver

 

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A veces, es preciso alejarse y convivir con el silencio para volver a uno mismo -se decía Julia tumbada en la cama a las cuatro de la tarde.

Las dos semanas que había pasado a solas en el apartamento de la playa le habían dado una extraordinaria posibilidad, no exenta de dolores y culpas autoinflingidas, para tomar conciencia de esos hábitos personales que la impregnaban de algunos miedos y que acababan por limitarla en muchos aspectos. ¿Dónde había quedado ella, la aventurera de sus años pasados?

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La lámpara de cristales

Hoy extrañamente se muestra inaudible, sólo un eco lejano de lo que es. El mar. Una quietud ajena e impasible al viento de Levante. La calma sustituye a la agitación habitual de las olas. El mar vuelto murmullo sordo, voz interior acuosa y dilatada.

Lo preferiría bravo, si se puede calificar de bravo a su Mediterráneo de infancia y madurez, de toda una vida. En estos momentos añora el romper de las olas enfrascadas en diálogos sempiternos, continuos, sin lapsos de silencio, sin tempos.

Cualquier cosa que la aleje del recuerdo de la cama en la que reposan los 94 años casi cumplidos,

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Podría

Podría empezar un poema con el sonido del mar,
con su vaivén en una noche calma.
Podría saltar como loca sobre las olas escarpadas,
espumosas de crestas bravas
y verme en su reflejo tras una tormenta gris y negra y sombría
y ruidosa.

Podría ver los edificios a través de espejos fundidos en los minúsculos granos de arena,
dando un vuelco al mundo
para observarlos desde un acuoso cristal.
Desdibujar las siluetas,
del mar a la tierra, de la tierra hecha mar,

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Alfileres en el estómago

Quedaban pocos días. Ni siquiera se atrevía a mirar el calendario. La sola idea le aterraba. Pese a los años transcurridos, siempre se había sentido niña enarbolando con orgullo, aunque para sus adentros, su particular síndrome de Peter Pan. Sin embargo, estaba segura que pronto comenzaría a desdibujarse lenta e inexorablemente hasta borrarse de su memoria en un punto y final con fecha de caducidad.

Ya habían aparecido los primeros síntomas: una angustia que se había apoderado de su cuerpo en forma de millones de alfileres que no cesaban,

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El surfista

Una tarde más se calzaba las chanclas y se anudaba a la cintura el pareo blanco con el dibujo de una hoja verde de cáñamo, bajo la cual aparecía escrita en letras minúsculas la palabra “peace”. Por encima, una camiseta comedidamente holgada y desgastada por el uso hacía entrever el bikini de gamas azules a juego con el mar.

Le gustaba pasear por la playa al atardecer, cuando el mar se embravece pero siempre muere suave en la orilla, refrescando los pies con el chapoteo del caminar ligero.

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Los lunares de Julián

Asomando la cabeza a los arrecifes azules estaba Julián, sentado sobre un saliente, desde lo alto miraba hacia el mar.

¿Qué miras Julián?

Los lunares de mi camisa que se han caído en el mar. Hace frío y los busco, no sé qué ha podido pasar.

Estaba en casa jugando, oí gritar a mamá, mi hermano pequeño lloraba, mi padre me vino a abrazar. Un señor vestido de guerra entró y se puso a jugar. Mamá se hizo la muerta, mi hermanito dejó de llorar,

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Día 31. Tierra a la vista

Esta mañana ha sido el último amanecer, sereno y dulcemente ardiente, un redondo despertar con el sol en el horizonte. El último desayuno, sin gafas para verte con mayor claridad y con los sonidos matutinos de las gaviotas sobrevolando la costa.

Esta mañana avisté tierra ¡allá a la vistaaaaa!

La travesía ha sido larga y plena. He pescado en la bahía y me he convertido en estrella. He aprendido que el cambio tiene que surgir de uno mismo sin aferrarnos a los antiguos moldes de los que nos precedieron y poder vivir con libertad lo que llevamos dentro.

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Día 1. ¿Picarán o no picarán?

Ella era una mujer entrada en los cuarenta, vestía con suéter a rayas mimetizada con el mar, horizontales de azul océano y de espuma blanca de mar, y como la espuma pantalones que disimulaban su figura ancha de espalda, llana de posaderas y fina de piernas, nunca con faldas, nunca a lo loco, pero del mar marinera.

Ella estaba hecha de mar, del mismo Mediterráneo que le despertaba cada mañana en la bahía. Todavía no se había acostumbrado al estruendo sonoro de cada ola que se hacía eco de la inmensidad.

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