Alfileres en el estómago

Quedaban pocos días. Ni siquiera se atrevía a mirar el calendario. La sola idea le aterraba. Pese a los años transcurridos, siempre se había sentido niña enarbolando con orgullo, aunque para sus adentros, su particular síndrome de Peter Pan. Sin embargo, estaba segura que pronto comenzaría a desdibujarse lenta e inexorablemente hasta borrarse de su memoria en un punto y final con fecha de caducidad.

Ya habían aparecido los primeros síntomas: una angustia que se había apoderado de su cuerpo en forma de millones de alfileres que no cesaban, con ataques certeros, de atravesar cada milímetro del estómago transformándolo en un perfecto y gigantesco puerco espín. Un dolor frío que recorría su lado izquierdo empezando por el hombro y acabando en el dedo meñique del pie que provocaba un gélido entumecimiento difícil de aliviar. La desgana para la actividad física limitada a los paseos al atardecer. La redondez que iba conquistando más partes de su físico. Un diagnóstico de cáncer a una íntima amiga que había supuesto un tremendo varapalo en su círculo más cercano. El divorcio augurado de una compañera zarandeada por la rabia de los años perdidos y la tristeza por el fracaso de un matrimonio de larga duración. El paso del tiempo en las mujeres que formaban parte de su vida. Se percataba de cada nueva línea que surgía en sus rostros, de los mínimos pero evidentes cambios de los cuerpos que no le pasaban desapercibidos. Del tiempo que no daba tregua…

Ese día anunciado en el calendario la iba a alejar de una adultez bien llevada para abocarla sosegada e impasiblemente a los dolores, las pérdidas, los olvidos, los achaques, los adioses y las vulnerabilidades. Definitivamente, quería parar el tiempo. Detener las manillas del reloj de la vida. Un imposible.

Estaba deprimida. Los cien días de confinamiento, de pérdida de libertad y de su habitual vida, así como la falta del contacto físico con sus personas queridas le habían hecho un flaco favor a su corazón sensible y dicharachero. En su lugar se habían instalado los colores grises y azulados de la nostalgia y la desesperanza ante una existencia que nunca volvería atrás. La pandemia que había azotado al planeta la había dejado tocada, por no decir hundida.

Incapaz de sentarse frente a su mar, lo observaba desde la terraza del apartamento de los tres últimos julios. Quien fuera mar… Seguro que no se dejaba arrastrar por pensamientos delirantes sobre el transcurrir del tiempo, ni tampoco albergaba miedos por el devenir de los acontecimientos. Sólo fluía en sintonía con sus ritmos, en conexión con la luna, dejándose llevar por las mareas y las calmas. Sin ofrecer resistencia. Sin anhelos. Sin tristezas. Fluyendo. Siendo mar.

Si había tarta de cumpleaños pediría un deseo: ser mar y fundirse con el agua, sin pensar, sin sufrir y sin añorar los abrazos que durante mucho mucho tiempo no serían dados…

31.Alfileres en el estomago

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20 respuestas a “Alfileres en el estómago

  1. Eres tan profunda como el inmenso mar que dudas en contemplar últimamente. Siente mi abrazo desde lo más profundo de mi corazón. Eres grande, muy grande!!!!!
    Gracias por estar en mi vida. Muchas palabras me traen tu nombre a mi pensamiento y digo….a ella no le gustan y me haces ser mejor persona. Gracias mil veces más.
    Ester León

  2. Esta etapa no nos deja tiempo para disfrutar de la lectura. Hemos aprendido una forma «anormal» de sobrevivir. Intentamos vencer a la preocupación, el miedo, la incertidumbre. Tenemos mil roles, 999 más que antes…. Y aún así disfrutamos cada segundo, aprendemos de la experiencia que nos toca vivir… Porque añoro a una persona muy importante que no tuvo la oportunidad de seguir viviendo….

  3. Bellísima y profunda descripción de los efectos que esta pandemia hizo y está haciendo en nuestras almas. Gracias. Está bien el deseo de ser mar, pero al no sufrir, ¿implicaria este deseo la pérdida de gozar? Nos perderíamos tu sonrisa. No se yo.

  4. Como cada año, brindo porque sigas haciente mayor así de bien y porque sigas amando el mar y la vida a pesar de naufragios y pandemias, viendo el mundo con esa mirada valiente, bella y buena de Julia que tienes.

    1. Y yo brindo por la gran suerte que tengo de tener cerca mujeres como tú, amantes de la vida y de la belleza, inspiradoras, generosas, cuya presencia nos hace mejores seres humanos.

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