Llevaba media hora sentada en una sala esperando a ser atendida por la odontóloga que de una vez por todas acabaría con esa muela que llevaba meses molestándole. A veces, esculpía un promontorio de color cobrizo intenso que engrosaba la encía del maxilar inferior derecho y descargaba chispeantes pinchazos al masticar cualquier alimento. Otras veces, salían de la muela pequeños tentáculos que electrificaban la mejilla y alcanzaban el hemisferio temporal abrazando el cráneo en un dolor que lo irradiaba todo. La última molestia fue definitiva para tomar la decisión. Sucedió durante la cena. Una minúscula semilla de la ensalada abrió la fina grieta que atravesaba la muela en su eje vertical provocando que los jugos combinados de todos los ingredientes cayeran en cascada y se deslizaran por ella hasta llegar al nervio, anegándolo, impregnándolo con el aceite y el vinagre balsámico, la piña dulzona y ácida, las migajas de bonito y el frescor de la lechuga acabada de recolectar en el campo. Sintió el soplo de una bomba que explosionaba en su cabeza.
Como sucede con todas las dolencias del cuerpo, sabía que ésta era una señal directa de algún dolor emocional al que había hecho oídos sordos. Indagó. Tecleó en el buscador: “daño en muela inferior derecha”. Los resultados la dejaron boquiabierta y sin aliento. «Lado derecho del cuerpo relacionado con lo masculino, el padre, la pareja, el trabajo (…). Arco inferior, primer molar: expresa la relación con el padre adoptivo, el lugar que nos da, si ha sido autoritario, ausente (…). Cualquier enfrentamiento o discusión genera un daño que se refleja en este molar (…)». No daba crédito a lo que estaba leyendo.
Hacía meses que su padre estaba postrado en la cama, experimentando el peso del deterioro físico y mental provocado por su avanzada edad. Siempre había sido de carácter difícil si bien en las primeras semanas asomaron la ternura, la tristeza y las lágrimas ante el miedo provocado por la cercanía de la muerte. En el curso de su vida en común, ambos habían sido dos trenes en continua colisión pero durante las primeras semanas de la enfermedad, la bandera de la paz y los afectos tomaron protagonismo. Por primera vez, el ego se había disuelto y ella sintió la conexión de sus corazones. ¿Qué tiene la muerte que convierte la dureza en fragilidad, la imposición en diálogo, la distancia en cercanía, el carácter en suavidad o el férreo control en el abandono confiado? La muerte les estaba dando un tiempo para el encuentro y la reconciliación, y pese a la pena que la inundaba cada día desde que salía el sol hasta la llegada de la noche con sus desvelos, se sentía agradecida por esta experiencia que tocaba profundamente su alma.
Como no hay mal que cien años dure ni alegrías que sean eternas, volvió a surgir el padre demandante, desconfiado y exigente. Y como la memoria tiene la capacidad de reactivar mismas respuestas ante mismos estímulos, las dinámicas de enfrentamientos que habían hecho mella en su relación volvieron a aparecer, aunque atenuados, reabriendo la grieta, la muela herida.
Mientras esperaba en la sala, observaba el cuadro colgado en la pared que tenía justo enfrente. Una fotografía a color en la que una dentadura perfectamente alineada sujetaba un corazón rojo pasión. Si en la vida abrimos bien los ojos, podemos ver mensajes que conectan con nuestra realidad y nos ayudan a encontrar soluciones a las dificultades por las que transitamos. Lo había experimentado en infinidad de ocasiones y una vez más, ante sus ojos se mostraba la respuesta.
La extracción del molar pondría punto y final a una dinámica viciada por los años si el corazón ocupaba el lugar que iba a dejar la muela padre.
La pieza estaba bien anclada por los años, sin embargo, la tenacidad de la doctora y la fuerza aplicada en los movimientos certeros y persistentes consiguieron el objetivo previsto.
Con el transcurso de los días y de los cuidados, en el nuevo espacio se formó un coágulo con forma de corazón. Cesaron las molestias. Y aquellos momentos que antes la sacaban de sus casillas con un efecto devastador para los dos, ahora eran vistos con otra mirada, en una dentadura perfectamente alineada con un espacio ocupado por el amor.