El niño púrpura

Cierro serie “De la muerte y la vida” con un relato sobre la enfermedad que tuvo a nuestro hijo cara a cara con la muerte, veintiún días en los que fuimos testigos de su valentía para mirarla de frente con respeto, con sabiduría y serenidad pese al dolor, y de su amor a tod@s l@s que estuvimos a su lado.

Va por ti hermano de alma.

T’adore, t’estime amor meu.

Ilustra #PepaPérezBlasco (www.psicollages.com)

Hasta dentro de dos semanas.

Que seáis felices.

Julia

El día presagiaba subidas de temperatura por encima de los cuarenta grados, insólitas para un abril primaveral. A medida que pasaban las horas, el calor se iba haciendo más y más sofocante. Para poder sobrellevarlo, no quedaba otra que recurrir a los aparatos de aire acondicionado y a las ricas limonadas caseras con azúcar moreno habituales de los periodos estivales.

Edu era un niño de siete años recién cumplidos, un rubio de cara fina con labios moderadamente gruesos y perfilados, ojos de color cambiante entre el verde, el azul grisáceo o el azul cielo según su estado de ánimo o las variaciones de la luz del día, y una peca en la mejilla derecha herencia de su abuelito. Su cuerpo era alargado y elegante, todo un dandy como lo calificaron las enfermeras que habían asistido su parto. Su nacimiento fue un milagro de la naturaleza pues su madre añosa en edad y estéril de diagnóstico nunca imaginó que después de tanto tiempo hubiera sido capaz de engendrar un hijo.

En apariencia podía parecer un niño frágil, pero esa fragilidad no era más que una extrema sensibilidad a todo lo que le rodeaba: a los sonidos, los colores, los olores, a las energías más sutiles o a las emociones de los demás. Desde temprana edad era capaz de conectar con seres espirituales, como su amigo fantasma colega o la abuela voladora que había muerto antes de que él naciera y con quien solía mantener divertidas conversaciones y muchas complicidades en la sala de juegos.

Disfrutaba con actividades creativas, construía circuitos para canicas, naves espaciales con pequeños bloques de plástico interconectables, robots con tapones de botellas reciclados y también se atrevía con el diseño de casas futuristas algunas convertidas en hogares colgantes para los pájaros que revoloteaban cerca de los árboles de su jardín.

Aquella mañana calurosa de abril mientras Edu jugaba en el jardín: zum zum zum una avispa, zum zum zum va volando, zum zum zum ay que pica… zum zum zum… le picó.

Rápidamente sonaron las alarmas, su madre le aplicó una cataplasma de barro para aliviarle el dolor y bajarle la hinchazón, pero a medida que transcurrían las horas su cuerpo comenzaba a experimentar extrañas transformaciones. Un color púrpura comenzó a apoderarse de su piel dibujando un mapa de la Tierra. Por la tarde se podía identificar con gran nitidez los continentes y los océanos, encendiéndose puntos brillantes en todas las capitales de cada país y al anochecer una luna llena y un cielo estrellado iban cubriendo las partes libres de tierra y mar. Era bien entrada la noche cuando su cuerpo comenzó a irradiar una luz violácea y poco a poco el mundo luminiscente de su piel fue acaparando el lugar.

Presintiendo lo que iba a suceder, miró a su madre y le dijo: «mami te quiero mucho». Se fusionaron luz y amor en un abrazo. Luego, Edu cerró lentamente los ojos.

A las dos horas despertó. Se encontraba en un espacio desconocido, con paredes crema y azul, un sofá color camel que parecía bastante confortable y cerca del cabezal de la cama en la que reposaba una especie de percha metálica de la que colgaba una bolsita transparente conectada a su cuerpo. Estaba en el hospital.

Durante veintiún días convivió con dolores retorcidos y derrames por todas partes, con colores verdes curativos, con amigos, muchos juegos, enfermeras con sonrisa, con la doctora Poppins de día y con unas cuantas agujas contadas por cada herida.

Poco a poco se fueron borrando los continentes y los países, se disolvieron las aguas, se apagaron las luces fluorescentes añiles. Volvía a casa, a su jardín con las casitas colgantes, con los circuitos y las naves espaciales, aquel caluroso abril teñido de púrpura a mares…

 

Gracias a tod@s l@s que nos acompañasteis con tanto amor. Gracias.

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El niño púrpura es un relato escrito con por

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6 respuestas a “El niño púrpura

  1. Cuando vivimos situaciones duras nos damos cuenta de lo fragil de la felicidad. Aprovechemos el momento y no nos perdamos en nimiedades. Nuestr@s niñ@s son un ejemplo del saber hacer. Gracias por sus lecciones de sabiduria. Gracias pequeñ@s grandes sabi@s.!!!
    Y una vez mas gracias a ti por poner palabras a historias inefables.

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