Este año el trabajo le había dejado absolutamente exhausta, por ello estaba decidida a seguir algunas pautas de autocuidado que le permitieran recuperarse y atenderse a sí misma un poco más. Se había propuesto, sin rigideces, meditar un par de veces al día y cuidar su alimentación con unas buenas dosis de saludables frutas y verduras, aunque su dieta veraniega no podía quedar exenta de alguna que otra cerveza diaria muy fría. A su lista le seguía dormir ocho horas o más, olvidar por un tiempo la presión siempre autoimpuesta del trabajo, minimizar algunas toxinas químicas, rodearse de buenos amigos, disfrutar de la naturaleza en todas sus expresiones y cómo no, mover un poco el cuerpo sedentario a falta de la bicicleta con la que a menudo se desplazaba a su trabajo.
Ahora estaba de vacaciones, y quería soltar las amarras de sus obligaciones, sin más estrés.
Como cada día, dedicaba veinte minutos a darse, desnuda, un baño en el lago que había al lado de la casa, una casa de campo que la familia había alquilado para alejarse del bullicio de la ciudad y de la rutina diaria.
El calor no daba tregua estos días de verano, y como cada día, dedicaba veinte minutos a darse, desnuda, un baño en el lago que había al lado de la casa, una casa de campo que la familia había alquilado para alejarse del bullicio de la ciudad y de la rutina diaria. Veinte minutos de largos para fortalecer el cuerpo, veinte minutos de tiempo en blanco sólo para ella.
Con la primera zambullida, el primer contacto con la frescura de un agua azulada y cristalina, entonces empezaba a soltar cualquier preocupación, cualquier fantasía y toda responsabilidad, dejándolas colgadas en los chopos que bordeaban el lago. Liberada de los molestos e insidiosos pensamientos iniciaba la danza acuática: el brazo derecho primero, seguido por el izquierdo, con movimientos suaves y acompasados de los pies, y la cabeza ligeramente hundida para no perder detalle de cada gesto del agua, de los colores azules de mil gamas que se le iban presentando.
El contacto con el agua dibujaba surcos movedizos, eses serpenteantes, círculos ahuevados que rápidamente se disolvían a medida que ganaban distancia, y con cada movimiento de entrada, montones de bolitas acuosas se le adherían al cuerpo, collares de perlas se formaban a su alrededor, anillos concéntricos en los dedos o burbujas gigantescas le impulsaban como torpedos hacia adelante. A cada zambullida, los brazos y las manos se vestían de telas ligeras con transparencias y un sinfín de pequeñas partículas brillantes subacuáticas surgían con los rayos del sol que atravesaban la superficie pintando su cuerpo de colores arcoíris.
Veinte minutos de espectáculos visuales, de sensaciones corporales, de sonidos de las profundidades.
Veinte minutos de espectáculos visuales, de sensaciones corporales, de sonidos de las profundidades.
Afuera respiraba aire, adentro exhalaba vida.
Afuera las tórtolas, los gorriones y las golondrinas, adentro el silencio.
Arriba las abejas, los saltamontes, las libélulas, abajo un universo entero.
Veinte minutos con su cuerpo, veinte minutos desprovistos de tiempo.
Dedicado con cariño a Thaïs.
Qué gusto vivencíar la experiencia a través de tus acertadas y precisas palabras…gracias!!
El gusto es mío, saber que éste ha sido un baño compartido y disfrutado. Julia.