Mala vida sobrevenida

Se encienden las farolas,
otra noche más.
El tiempo se esfuma en un silencio eterno
a la espera del mal sueño
en la almohada del desvelo.

En las antípodas quedaron
los viajes y las risas compartidas,
los abrazos,
salir a la calle, jugar en los parques,
llenar las terrazas,
gritar a los cuatro vientos que éramos libres.

Y un día vino la vida como una plaga
sin mediar palabra,
se diluyó una mañana y nos vistió

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El regreso

Así nos recibía la casa tras dos años de ausencia, con olores a hierbabuena y menta, a jazmín dispuesto en ramillete y al aroma cítrico de los limones recién cogidos del árbol. Fragancias naturales que ambientaban la estancia provocando experiencias orgásmicas multisensoriales.

No hacía falta viajar a la campiña francesa, ni siquiera traer al propio imaginario los paisajes de la Toscana o los ensueños del Corfú de los años treinta retratados en la última serie vista durante las vacaciones.

La casa se ubicaba en medio de un secarral rodeado por curvilíneas lomas salpicadas de chalets de veraneo donde el tiempo se había detenido allá

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Vivir “pa dentro”

No les quedaba otra que vivir para adentro.
Adentro de sus casas,
Adentro de sus cuerpos y de sus pensamientos.

Adentro para sentir sus miedos, sus frustraciones, sus anhelos, las angustias y los nervios enrocados de mucho tiempo.

Los sueños macerando, en stand-by el tiempo, parado, eterno, tangible cada minuto, forzado a ser vivido, aprendiendo del desasosiego.

Mirando a los suyos con otros ojos, con las palabras y los buenos deseos,
Traspasando las pantallas,
Rezando por los muertos,
Por los enfermos.

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Un marzo atípico

No era una tarde de marzo cualquiera. Ese domingo primaveral era el más atípico que en sus cuarenta y muchos años había vivido.

La tarde era silenciosa. Un silencio inusual, a ratos perturbador por inaudito, en una ciudad acostumbrada a la actividad frenética y al vaivén de sus habitantes.

Un silencio alterado por los caprichosos zumbidos del viento que hacían sonar el colgante atrapasueños del balcón. Los naranjos de la calle sacudían sus ramas desacompasadas con el golpear del aire, y los primeros brotes de las flores de azahar ambientaban con tenues aromas cítricos y dulzones las calles desiertas.

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