Impulsada por el tedio arrastrado de los últimos meses, hoy se ha decidido a retomar la lectura de algún libro que la atrape en una dimensión donde encontrar la fascinación y la evasión, la belleza y la pausa poética que parecen haberla abandonado desde hace algún tiempo. Se dirige a la majestuosa librería que ocupa el frontal del salón, enciende los halógenos ojos para que iluminen con claridad meridiana los títulos estampados en los lomos -debidamente ordenados por temáticas- que habitan la estantería. Pasa los dedos por los títulos, como quien lee un texto con la ayuda del dedo índice, los de temática lésbica no le interesan, ni el de reyes que amaron como reinas o el de los Papas que fueron más que papistas, papisas. Nunca le ha gustado la Historia, ella sabe bien porqué, un porque que se remonta a su infancia, no quiere pensar en ello (…). Acaricia libros de viajes, diccionarios, guías sobre educación infantil, su hijo está a punto de cumplir los 15. Le asaltan los recuerdos. Los dedos siguen sus trayectorias horizontales como si leyeran braille. Nada, estos tampoco. Añora los de Rosamunde, Cornualles la tiene enamorada, pero quiere dar la oportunidad a otra autora o quizás esta vez a un autor. Los dedos no se detienen. Los clásicos de tapas y solapa negra, lecturas obligadas en los años de instituto, qué pereza. Ya ha recorrido varias hileras, ha sacado alguno y lo ha devuelto a su hueco vacío y trasnochado. Quiere escapar, y no encuentra el camino. Ninguno le complace. Hoy no va a ser. Mejor dejarlo estar, no forzar…
Tal vez convenga más nadar un rato. Se va a la piscina. El agua es su medio. Puede que en otra vida fuera pez, o marinera, o agua, o mar… su alma sabrá. Tras el ritual del vestuario y de pasar por las duchas que esperan frente a la piscina de tamaño olímpico atemperada por la climatización, observa las calles, las rápidas para los que parecen prepararse para la competición de sus vidas, con sus cronómetros en las muñecas y sus mediciones continuadas ocupan las calles como si no hubiera un mañana, abriendo sus brazos y moviéndolos a velocidades de vértigo, un estrés que la contagiaría e incomodaría. Ni se le pasa por la mente meter un pie en las rápidas. Ella prefiere las lentas, con nadadores más pausados que no contagien las prisas, ni tengan que ir a contrarreloj. Al final, tras dar una mirada calculada a cada calle, valorando los pros y contras en función del número de nadadores, de los tamaños de los cuerpos, de las velocidades y de las consideraciones con los vecinos de calle, se zambulle en la primera. Una señora de mediana edad, o no tan mediana -con las gafas y los gorros puestos las caras se le desdibujan y es difícil acertar en los años, los cuerpos dan alguna pista-, nada impasible al bullicio sonoro provocado por los contactos de los cuerpos con el agua.
El caso es que la primera calle está tranquila, ocupada por la señora de mediana edad -o no tan mediana- y por un joven que llama la atención por su heterodoxia en el medio acuático, poco que ver con los rápidos plusmarquistas que más quisieran ellos. Cree que esa puede ser una buena calle. El chico joven o adulto -no puede poner edad- con un cuerpo sutilmente musculado y una cara deliciosamente mojada por el agua, bucea, pasa por debajo de ella. Le sorprende su estilo suave, pulcro, atento, respetando el espacio acuoso compartido, una elegancia heredada de alguna criatura marina con cierto parecido a los movimientos de las mantas rayas que no tanto a su constitución. Hoy nada tranquila, conviviendo con otro ser marino como ella, haciendo de cada movimiento un disfrute, bailando a cámara lenta la danza del agua que masajea su cuerpo, que trabaja sus músculos, que acaricia su ser. Es pez en un mar imaginado, observa en la profundidad los arrecifes, a la manta raya y a la sirena que mueve su cola grácilmente.
En el silencio de la profundidad descansa de la agitación de los últimos meses marcados por los cuidados extenuantes, exigentes e infatigablemente demandantes de sus padres ancianos y temerosos, que viven ahora con un miedo cerval ante la cercanía del último viaje. Se siente hija ancla o bastón. El otro día vio un titular en las redes sobre los hijos ancla o hijos bastón e intuyendo el significado no se atrevió a leer el post, no quería identificarse, ni mucho menos verse reflejada con la idea a la que terriblemente aludían ambos conceptos metafóricos. Dolería y se enfadaría con ellos, con ella misma y no estaba por la labor.
Es marzo, caluroso, con temperaturas que alcanzan los treinta grados, una de las tantas lindezas del cambio climático al que nos estamos acostumbrando. Tiende la ropa en el patio de luces de la casa y advierte en la ventana de al lado unas manos de mujer, tendiendo su colada. Unas manos con pliegues profundos a surcos en tres dimensiones que se alisan ligeramente con el movimiento y que denotan una edad avanzada. Mira. Trata de adivinar una cara, tal vez se la haya cruzado por el barrio. Ambas en el mismo quehacer cotidiano. Juega con las pinzas. Le gusta combinarlas con las prendas, cualquier ocasión es una oportunidad para crear belleza.
Cuando acabe, volverá a la estantería convencida de que hoy sí, encontrará el libro que la enganche. El siguiente.
Atraída por una fuerza magnética procedente de la estantería, se deja imantar por ella y se dirige como una sonámbula a uno de los estantes, el tercero por la derecha. Con movimientos autómatas desprovistos de la inercia mental quita una fotografía que oculta los libros. Confía. Allí está. El siguiente, que ocupará sus horas junto a la ventana, sentada en la mecedora de la abuela, a solas con ella misma, transportándola a mundos ajenos y a nuevos personajes. Las horas de Michael Cunninham. Una novela sobre tres mujeres, de tres épocas y lugares distintos. Una de ellas es Virginia Wolf -ya sabe cuál será la siguiente autora-. Las tres vinculadas por un hilo argumental de soledades y búsquedas de la belleza de la vida, con las pérdidas y la muerte como telón de fondo. La impaciencia se le apodera y la inunda por completo. Un libro sobre mujeres conectadas a través del tiempo. Se imagina el tendal de la ropa que acaba de abandonar. Mujeres tendidas en un hilo temporal, pero el mismo hilo, una junto a la otra, enganchadas a la vida con pinzas de colores de todas las gamas a juego con ellas mismas. No puede esperar. El sol entra por la ventana, la mecedora de su abuela la reclama. Tiene el siguiente en sus manos, se abandona, el prólogo la atrapa como “la corriente que arrastra velozmente a Virginia Wolf hacia las profundidades de un río con una piedra del tamaño y forma del cráneo de un cerdo metida en el bolsillo de su abrigo”. *
Siempre me emociona tu forma de destacar, casi como sin querer, la belleza y el sentido de momentos cotidianos: elegir entre una calle u otra en la piscina -y por qué-, disfrutar la rima de dos pares de manos femeninas de distinta edad tendiendo a la vez, dejar que el índice despierte emociones paseando por los lomos de los libros…
Hoy me has recordado «Marzahn, mon amour» de Katja Oskamp. Ella escribe con delicadeza y sin edulcorar (como tú) sobre los vecinos del barrio, casi todos viejos, donde montó una pedicura en una fase de crisis como escritora. Si no lo has leido, puede ser tu Next. Seguro que te encanta. Gracias por el regalo
Gracias por tu mirada ❤️
Tomo nota de tu sugerencia, esa va a ser the next…
He gaudit llegint moments quotidians, que si no parem, apenes ens adonem… Un regal poder assaborir la transcendència dels detalls i dels racons de part de la teua intimitat.
El goig de la diversitat de colors i matisos del dia a dia.
UN BESET JULIA! 😉
Joan, gràcies pel comentari. Goig és el poder seguir compartint amb tú moments com aquestos, també. Un beset de tornada!
me encanta como escribes, es como prosa poética (sencilla, lírica y cálida)
creo que hoy, es tu santo; aprovecho para felicitarte.
me han regalado x mi cumpleaños (febrero) un libro que he leído y me ha encantando: «LA UTILIDAD DE LO INUTIL» de Nuccio Ordine. editorial Acantilado. muy recomendable y también «EL AMOR EN TIEMPOS DEL COLERA» de Gabriel Garcia Marquez, desde que me la recomendaron años 80 (siglo pasado) la he leído cinco o seis veces, es la novela que me hubiese gustado haber escrito si hubiera tenido talento; (lo terminas de leer y te dan ganas de aplaudir)
un abrazo y disfruta del día junto a tus personas queridas
Hola Elisa,
Gracias por tus palabras y por compartir esos momentos que nos provocan algunos (sino muchos) libros. Gracias por las felicitaciones! Tomo nota de la utilidad de lo inútil, que no conocía. Que disfrutes de este día. Un fuerte abrazo.
El placer, la delicadeza y la aventura de lo cotidiano se convierten en una experiencia de descubrimiento. Gracias por regalarnos estos momentos.
Gracias a ti, por todo lo que vivimos.