La lámpara de cristales

Hoy extrañamente se muestra inaudible, sólo un eco lejano de lo que es. El mar. Una quietud ajena e impasible al viento de Levante. La calma sustituye a la agitación habitual de las olas. El mar vuelto murmullo sordo, voz interior acuosa y dilatada.

Lo preferiría bravo, si se puede calificar de bravo a su Mediterráneo de infancia y madurez, de toda una vida. En estos momentos añora el romper de las olas enfrascadas en diálogos sempiternos, continuos, sin lapsos de silencio, sin tempos.

Cualquier cosa que la aleje del recuerdo de la cama en la que reposan los 94 años casi cumplidos,

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Aunque no quiera verla

Lleva días acechando en la ventana
Como un animal en celo
Que va y viene
Que viene y va
Al olor de la nueva presa
Con sigilo para no ser descubierta.

Huelo su estela
Llena de vidas ajenas
De podredumbre añeja.
No quiero mirarla
No sea que venga
Ni de reojo siquiera.

Hoy ronda a mi pequeña coqueta,
Le deshace los cabellos
Se apodera de sus gestos
Le desmaquilla el alma
Anida en su cerebro y la torna marioneta.

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Alfileres en el estómago

Quedaban pocos días. Ni siquiera se atrevía a mirar el calendario. La sola idea le aterraba. Pese a los años transcurridos, siempre se había sentido niña enarbolando con orgullo, aunque para sus adentros, su particular síndrome de Peter Pan. Sin embargo, estaba segura que pronto comenzaría a desdibujarse lenta e inexorablemente hasta borrarse de su memoria en un punto y final con fecha de caducidad.

Ya habían aparecido los primeros síntomas: una angustia que se había apoderado de su cuerpo en forma de millones de alfileres que no cesaban,

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enROLa2

Cuando revisas en tu vida, pasada, en la presente, en cada instante, buscando cómo vas por la vida,

Cuando los que te observan en los teatros ven claramente el papel que interpretas,

Cuando buscas qué viste en los que has amado y a los que elegiste para interpretar y descubres alguna de esas etiquetas que te aprisionan sin que te des cuenta,

Entonces, la ves, la sientes, la experimentas en muchas facetas y en muchos momentos. En ocasiones, cuando sucede, te encuentras descubriendo consciente otros amagos de papeles que todavía no afectan.

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Sin tiempo

Pensaba recorrer los años hasta agotarlos, escribir, leer, respirar, mirar, descansar sin acudir al tiempo, sin agendas que dirigieran sus movimientos.

Ver a su hijo crecer, crear, procrear…

recreando su mirada sin tempos, con todo su aliento, sentada en la hamaca de su jardín de los sueños observando serena, sintiendo sin prisas, amando la vida, viviendo viviendo…

Ese día supo que no llegaría.

Ese día los almendros en flor lo habían escrito en el cielo, mientras conducía, era febrero, blanco febrero…

¡Y ella que quería llegar a viejita! 

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Atrapando las palabras

A veces corro tras ellas para que no se me escapen, son las palabras fugaces, rápidas, breves, cortitas, de pocas sílabas y habituales, no puedo apartarlas por básicas porque construyen puentes a las que se creen esenciales.

Otras las encuentro en la calle, ¡callejeras! Si veo un pelícano rojo guiñándome un ojo, saco de su buche palabras aladas que sobrevuelan la página.

Algunas las presiento detrás de mi oreja, las juguetonas, susurrantes, obligando a los oídos a estar bien abiertos a cualquier detalle, tímidas bonitas, ¡adelante!

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Las gracias de un día. Gracias.

Por la brisa que anuncia las gotas caprichosas de la lluvia,

Por las hojas de múltiples sabores, a otoño, a helados estivales. Hojas de colores arcoíris que planean hasta el suelo suspendidas.

Gracias por las gracias con sonrisa,

Por sentir cuando las lágrimas caen, sinuosas en surcos, desde tus pupilas hasta tus labios húmedos. Por las que se posaron en ellos.

Gracias por la música con su amplitud de onda redonda lironda que acoge al alma y la suaviza,

Por las familias conscientes,

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El niño púrpura

El día presagiaba subidas de temperatura por encima de los cuarenta grados, insólitas para un abril primaveral. A medida que pasaban las horas, el calor se iba haciendo más y más sofocante. Para poder sobrellevarlo, no quedaba otra que recurrir a los aparatos de aire acondicionado y a las ricas limonadas caseras con azúcar moreno habituales de los periodos estivales.

Edu era un niño de siete años recién cumplidos, un rubio de cara fina con labios moderadamente gruesos y perfilados, ojos de color cambiante entre el verde, el azul grisáceo o el azul cielo según su estado de ánimo o las variaciones de la luz del día,

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