El colgante móvil de techo

La habitación estaba habitada por pájaros blancos como gaviotas, danzantes al ritmo de las notas y pendientes de unos hilos que les impedían soltar el vuelo, nunca vivido, desde ese rincón de la sala.

Volar, querer volar… cuando los hilos atenazan las alas, y poseen el poder, otorgado por los años, de conferir contadas licencias: contemplar la mirada azulada de la mujer de negro del cuadro, oír el chirriar de las dos sillas milimétricamente dispuestas a ambos lados de la plomiza mesa, respirar el aire salino que el mar devuelve al romper de las olas o escuchar a la nada vitoreando cantos mortuorios que martillean lentamente el corazón.

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